“Obsesión bajo la sombra”Santamaría salió del hospital con el rostro tenso y la mirada perdida en un punto indefinido. Apretó los labios con rabia contenida y caminó con paso firme hasta el auto que lo esperaba a unos metros. El hombre al volante lo recibió con una leve inclinación de cabeza.—¿Nos vamos, señor? —preguntó.—Sí… llévame al club. Necesito despejarme.El vehículo arrancó suavemente, deslizándose por las calles oscuras como un espectro en la noche. Santamaría se acomodó en el asiento trasero, cruzó una pierna sobre la otra y giró la cabeza hacia la ventana. Su reflejo se mezclaba con las luces fugaces de la ciudad. Observó, sin observar. Pensaba, pero no con claridad. Dentro de él, hervía una tormenta de emociones que lo acompañaban desde hace más de dos décadas."Aún te sigo amando…", pensó, "con la misma fuerza con la que te amé la primera vez que te vi." Cerró los ojos, dejando que la imagen de Victoria se materializara en su mente como una llama en la oscuridad. "Mal
"Brindis por la venganza".La noche era espesa y silenciosa, interrumpida solo por las luces tenues del club privado donde las sombras caminaban con traje y perfume caro. Entre esas sombras, Santamaría reposaba en su mesa habitual, con un vaso de whisky entre los dedos y el alma cargada de oscuras intenciones. La música de fondo era suave, casi como un susurro, y su mirada fija en el vaso parecía devorar pensamientos retorcidos.Valeria entró con paso firme. Llevaba un vestido negro ajustado, el cabello suelto y el rostro endurecido por la rabia. Sus ojos buscaron entre las mesas hasta encontrar. Caminó directo hacia él, como si el tiempo y el miedo ya no tuvieran poder sobre ella.—Sabía que te encontraría aquí —dijo, sentándose a su lado sin pedir permiso.Santamaría levantó la vista y le dedicó una sonrisa ladeada.—Y yo sabía que vendrías. Tienes esa mirada... la misma que tenía yo hace años, cuando todo comenzó. Cuéntame, Valeria. ¿Lograste lo que querías con Leonardo?Ella reso
– Sombras en la duchaLas llaves cayeron con un leve tintineo sobre la mesa de la sala. Leonardo cerró la puerta del apartamento con un suspiro cansado, como si se quitara el peso del mundo de los hombros. Su rostro estaba tenso, sus ojos ligeramente enrojecidos por el cansancio y el dolor de cabeza que lo venía acompañando desde hacía horas.Isabela, que lo observaba desde la entrada, se acercó sin decir palabra. Leonardo la tomó suavemente de la mano y la atrajo hacia sí. Sin previo aviso, la besó con ternura, buscando un refugio momentáneo en sus labios.—Sabes… —dijo él al separarse apenas unos centímetros— Me due le mucha la cabeza.—Déjame buscarte algo para el dolor —respondió Isabela con voz suave, acariciando su mejilla—. Ve a ducharte, espérame en el cuarto.—Está bien… —murmuró con una leve sonrisa—. Te espero.Leonardo caminó hacia la habitación, arrastrando un poco los pies por el agotamiento. Cerró la puerta con suavidad, se quitó la ropa con lentitud, como si cada pren
La trampa silenciosaLa noche caía pesada sobre la ciudad, envolviéndola en un velo de neón y secretos. El club privado al que pocos tenían acceso bullía de vida, con luces tenues que titilaban al ritmo de una música envolvente. El ambiente olía a licor caro, perfume importado y decisiones peligrosas. En un rincón reservado, Valeria y Santamaría compartían copas y conspiraciones.Valeria, impecable con un vestido entallado color vino que resaltaba su figura y piel clara, se inclinó hacia Santamaría con una sonrisa traviesa que no escondía su oscuridad.—Necesito de tu ayuda —susurró, jugando con el borde de su copa de vino—. Tengo un plan.Santamaría alzó una ceja, divertida, mientras giraba lentamente el vaso de whisky entre sus dedos.-¡Oh! Eso suena tentador. ¿Y qué quieres ahora, hermosa conspiradora?Valeria se inclinó un poco más, sus ojos brillando con una mezcla de frialdad y determinación.—Necesito un médico. Alguien que convence a Leonardo de que mi embarazo es de alto ries
La luz de la mañana se colaba con suavidad por las cortinas del dormitorio, iluminando el rostro de Leonardo mientras permanecía acostado, mirando el techo con la mirada fija. Tenía el ceño fruncido, sus pensamientos lo asfixiaban desde el amanecer. Las imágenes del pasado reciente, las palabras de Santamaría, el rostro de Valeria en el club... todo se mezclaba en su mente como una tormenta sin fin.—Tengo que acabar con esto —murmuró para sí mismo, sentándose al borde de la cama.Se levantó con determinación y fue directo al baño. Abró la ducha y dejó que el agua caliente corriera sobre su cuerpo, relajando sus músculos pero sin calmar su mente. "Tengo que enfrentarme a ese hombre, hacer que nos deje en paz de una vez por todas", pensaba mientras se enjabonaba el rostro. El nombre de Santamaría lo consumía como una herida abierta que nunca terminaba de sanar.Minutos después, salió del baño con una toalla alrededor de la cintura, se vistió con ropa elegante pero sobria y salió de la
La mañana se alzaba con un cielo plomizo, pesado, como si el mundo supiera que algo no andaba bien. Leonardo conducía sin prisa, con el ceño fruncido y los ojos fijos en la carretera. El llamado de Valeria seguía resonando en su cabeza: “Estoy en el hospital… Ven, te necesito” . No había explicado más, pero su tono había sido lo suficientemente dramático para inquietarlo.Aparcó frente a la entrada principal del hospital y descendió de su auto con pasos decididos. Al ingresar, el olor a desinfectante lo tocará como un recordatorio de la fragilidad humana. Se dirigió directamente al mostrador de enfermería.—Buenos días. ¿Se encuentra Valeria Suárez?La enfermera levantó la vista y tecleó con rapidez.—Sí, señor. Está en la habitación 214. Puede pasar a verla.Leonardo agradeció con un leve movimiento de cabeza y se dirigió por el pasillo, sus pasos resonando en la fría losa. Al llegar frente a la puerta, dudó unos segundos antes de girar el picaporte. Al entrar, la vio.Valeria estaba
Leonardo estacionó el auto frente a la casa de Valeria. El cielo estaba encapotado, y una brisa suave agitaba las hojas de los árboles que bordeaban la acera. Bajó del auto con rapidez, rodeó el capó y abrió la puerta del acompañante. Valeria lo miró con una expresión cansada, aunque sus ojos brillaban con una chispa que no era del todo inocente.—Ven, vamos —dijo Leonardo, extendiéndole la mano.—Gracias, Leo —respondió ella con una sonrisa leve, casi dulce.Leonardo le rodeó los hombros con cuidado mientras la ayudaba a bajar. Caminaban lentamente hacia la entrada de la casa. La fachada era elegante, de columnas blancas y jardineras bien cuidadas, pero en ese momento todo parecía más frío de lo habitual.Al cruzar la puerta, una mujer de uniforme salió al encuentro.—Buenos días, señorita Valeria.—Buenos días. —Llévame un jugo a mi habitación —ordenó con voz suave pero firme.—Sí, señora.Leonardo la ayudó a subir las escaleras. El ambiente en la casa era silencioso, apenas interru
Isabella permaneció en silencio tras colgar la llamada con Leonardo. El teléfono aún reposaba en su mano, pero su mirada se había perdido entre las sombras de su departamento. Aquel tono en la voz de él, esa ligera pausa antes de contestar, el suspiro casi imperceptible... No era necesario ser experto para entender que algo andaba mal. Cerró los ojos con fuerza, intentando alejar el pensamiento que comenzaba a formarse en su mente como una espina punzante.La voz cálida y preocupada de la nana interrumpió sus cavilaciones.—¿Sucede algo, mi niña? —preguntó con dulzura, mientras se acercaba con una taza de té entre las manos.Isabella levantó la mirada lentamente. La expresión en su rostro era una mezcla de tristeza, resignación y, sobre todo, decepción.—Leonardo está con Valeria —dijo en un susurro—. Y no está en la oficina como había dicho.La nana, una mujer de cabello gris recogido en un moño impecable, se sentó a su lado en el sofá. Tomó la mano de Isabella con ternura y le acari