Lucía y Jorge estaban sentados junto a la mesa de piedra, conversando sobre algo.Estaban muy cerca el uno del otro.La chica tenía una expresión seria mientras el hombre la escuchaba atentamente, asintiendo de vez en cuando.Daniel no pasó por alto la sutil sonrisa en los labios de Jorge y, incluso a esa distancia, podía percibir ese aire de "cortejo" hormonal.Su mirada se oscureció levemente.Al siguiente instante, sacó su teléfono y llamó a Roberto.—¿Hola? Daniel, ¿qué pasa?—¿Te apetece un café?—¿Eh? —Roberto apartó el teléfono para verificar que era Daniel quien llamaba— ¿A qué viene eso? ¿Por qué hablas de café de repente?—¿Quieres? Yo invito. Puedes preguntarle a los demás.Roberto inmediatamente gritó con su vozarrón——¡El profesor Medina invita café! ¡Que levante la mano quien no quiera!... Muy bien, nadie. Entonces todos queremos.—Bien. Voy a comprarlo.—Espera... ¿por qué no pides a domicilio? Es más conveniente, ¿para qué ir personalmente?—Casualmente estoy afuera, as
Diciendo esto, le entregó los papeles y el bolígrafo.—Me voy entonces.Jorge solo pudo sonreír y decir —Bien. Hasta luego.—Sí, vamos profesor, esa cafetería está justo cerca de donde vivimos, hay una cruzando la calle.La misma a la que había ido cuando habló con Jorge la última vez....—¡Llegó el café!Roberto, Jenny y Boris aparecieron al instante.—¡Gracias profesor, gracias Lucía!—¡Qué pena hacer que ustedes dos, tan ocupados, hayan tenido que ir!Roberto insertó la pajilla y dio un gran sorbo —¡Qué delicia~!—¿Es para tanto? —preguntó Jenny.Boris tomó el suyo y el de Lisa, agradeciendo a Daniel y Lucía con una sonrisa.Luego fue corriendo hasta Lisa.—Lisa, aquí está el tuyo.—Ah.Al enterarse de que Lucía había ido con Daniel a comprar café para todos, sintió que se le revolvía el estómago y perdió el apetito por completo.Y para colmo, Boris no dejaba de molestarla——Lisa, ¿por qué no lo pruebas?—La crema se va a derretir y no va a saber bien.—Mira, te pongo la pajilla.L
—¿Lisa? —Boris la llamó otra vez.—¿...Qué pasa?—¿Estabas contactando a una inmobiliaria para alquilar un departamento?Con el corazón acelerado y temiendo más preguntas de Boris, respondió agresivamente:—¿Por qué tantas preguntas? ¡No es asunto tuyo!Boris se entristeció, aunque no lo demostró:—Soy tu novio, por supuesto que me preocupo por ti.—Busqué un novio, no un padre.—Si crees que soy muy pesado, entonces... ¿debería hablar menos?Él fue cauteloso, temiendo molestarla nuevamente.Al ver que Boris no insistió con el tema del alquiler, Lisa se relajó discretamente y suavizó su tono.—Dame... —extendió su mano.—¿Qué cosa?—El café que tienes en la mano, ¿no me lo trajiste?—¡Ah, sí! Casi lo olvido... —Boris sonrió....Después de otra semana en el laboratorio, dos grupos de datos estaban listos. Por fin el ritmo no era tan intenso. El sábado, Lucía se tomó un día libre.—Señorita Mendoza, tanto tiempo sin verla, ¿ya casi ni me reconoce?Paula detuvo su Ferrari descapotable ju
Al mencionar aquella noche de borrachera, Paula se rascó la nariz con cierta vergüenza.—Todo por culpa de mi madre, que insistió en que fuera a una supuesta 'fiesta juvenil' cuando en realidad era una cita arreglada.Los jóvenes eran como mercancía expuesta en un mostrador, listos para ser elegidos.Victoria era perfecta en todo, excepto por su excesiva preocupación.Que si las diferencias sociales, que si era imposible ser feliz así, que la experiencia demostraba que al final todo se reduce a la base económica, y bla, bla, bla...Paula estaba harta.Después de regresar aquella vez, había llegado a un acuerdo con Victoria: podía ser alguien de su mismo nivel social, pero ella elegiría a la persona.A cambio, Victoria no podría organizar más citas arregladas ni reuniones sin su consentimiento.—¿Elegir tú misma? —preguntó Lucía.—Sí, mientras la familia tenga buena posición, mi madre lo aceptará. Es fácil, ¡solo tengo que buscar dentro del círculo!—¿En serio vas a buscar?Lucía parpad
Los tres salieron del restaurante.—Daniel, eres demasiado popular. Todos esos veteranos te rodeaban como si fueras una estrella del pop con sus fans —comentó Paula.—¿Estrella del pop?—Sí, ya sabes, un ídolo.Daniel rio suavemente.—Es solo por interés, no tiene nada que ver con ser un ídolo.Paula olfateó el aire.—¿Bebiste? ¿Manejaste?—Bebí un poco. No manejé.—Perfecto entonces, suban. Los llevaré a ti y a Luci.El auto de Paula llegó hasta la entrada del callejón, sin poder entrar más.Lucía y Daniel se bajaron allí y caminaron juntos hacia adentro.La noche estaba clara, con pocas estrellas y una brisa agradable.En el callejón silencioso, ocasionalmente se escuchaba el suave maullido de algún gato.Daniel tropezó con una bolsa de basura y, debido al alcohol, perdió un poco el equilibrio.—¿Estás bien?—Disculpa, bebí más de la cuenta esta noche.Temiendo que el olor a alcohol la molestara, Daniel aumentó intencionalmente la distancia entre ellos. Ese "disculpa" sonó especialme
Por primera vez, Lucía sintió una especie de admiración. Aún no sabía que esa compleja emoción se llamaba... Atracción por alguien superior....Mientras tanto, después de dejar a ambos, Paula se dirigió al bar. Todo iba tranquilo hasta que al llegar a la entrada del bar, cuando se disponía a estacionarse...¡BAM! Un Maserati apareció por el costado trasero y le dio justo en la cola del auto.Paula se enfureció. Azotó la puerta y fue directo al frente del otro auto.—¡¿Acaso no sabes manejar?! ¡¿No puedes soltar el acelerador o qué?! ¡¿Cómo vas a esta velocidad en esta zona?! ¡Y ni siquiera miras! ¡Mi auto ni siquiera había terminado de estacionarse, ¿estás ciego o qué?! ¡¿Cómo pudiste chocarme?!La puerta del conductor del Maserati se abrió y un hombre bajó sonriendo.—Vaya, pero mira quién es. No es nada, no es nada, no te alteres tanto.Manuel se acercó a Paula con una sonrisa despreocupada.—Vaya, pero si es usted, señor Castro...Ella arrastró las palabras con evidente sarcasmo.M
En su grupo de amigos, era bien sabido que Lucía Mendoza estaba perdidamente enamorada de Mateo Ríos. Su amor era tan intenso que había renunciado a su vida personal y su espacio propio, anhelando pasar cada minuto del día pendiente de él. Cada ruptura duraba apenas unos días antes de que ella regresara, sumisa, suplicando reconciliación.Cualquiera podría pronunciar la palabra «terminamos», menos ella. Cuando Mateo Ríos entró abrazando a su nueva conquista, un silencio incómodo invadió el salón privado por unos instantes. Lucía, que estaba pelando una mandarina, se detuvo en seco.—¿Por qué ese silencio repentino? ¿Por qué me miran así?—Luci...Una amiga le dirigió una mirada de preocupación. Pero él, con total descaro, se acomodó en el sofá sin soltar a la mujer.—Feliz cumpleaños, Diego.Su actitud era de completa indiferencia. Lucía se puso de pie. Era el cumpleaños de Diego Ruiz y no quería armar un escándalo.—Voy al tocador un momento. —Al cerrar la puerta, alcanzó a escuchar l
En la mesa del comedor. Mateo le preguntó a María.—¿Dónde está la sopa de choclo?—¿Se refiere al caldo reconfortante?—¿Caldo reconfortante?—Sí, ese que la señorita Mendoza solía preparar, con choclo, papa, yuca y plátano macho, ¿no? Ay, no tengo tiempo para eso. Solo alistar los ingredientes lleva una noche, y hay que levantarse temprano para cocinarlo.—Además, el punto de cocción es crucial. No tengo la paciencia de la señorita Mendoza para estar pendiente del fuego. Si lo hago yo, no queda igual. También...—Pásame la salsa criolla.—Aquí tiene, señor. —Se quedó pensando.—¿Por qué sabe diferente? —miró el frasco—. El envase también es distinto.—Se acabó el otro, solo queda este.—Compra un par de frascos en el supermercado más tarde.—No se consigue. —María sonrió algo incómoda.—Es la que hace la señorita Mendoza, yo no sé prepararla... —¡Pum!— ¿Eh? ¿Señor, ya no va a comer?—No. María miró confundida cómo el hombre subía las escaleras. ¿Por qué se había enojado de repente?