«¡Nunca lo olvides, Desmond! ¡No dejes que devore a más celestiales! ¡Sálvalos, límpialos, hazlos volver! ¡No dejes que les haga lo mismo que a mí! Sálvalos, por favor. No dejes que se manchen…».
Me remuevo e intento librar mi batalla contra ese paisaje tan desalentador que se genera frente a mí; un lobo hecho de sombras con orbes rojizos devora algo, algo que antes no era malo.
«Ahora solo soy un cascarón de lo que fui. Solía ser un celestial».
Sueño con esa voz apagada y a su vez colmada de una divinidad extraordinaria mientras aquella bestia despedaza unos miembros.
«¡No dejes que devore a más celestiales!».
Me despierto con una opresión en el pecho que me impide respirar.
«¿A quién le pertenecía esa voz?», me pregunto con la respiración errátic
Desmond, un agente especial de la policía, se sume en un intrincado mundo oscuro y fatídico, donde conocerá a su nueva compañera, llamada Annie a secas por ella misma, que hará lo posible por mostrarle la verdadera perspectiva de los que tanto protege. Acorralado en una aventura vasta y minada por horrores inenarrables, Desmond tendrá que ver cómo poco a poco la llama de su inocencia y empatía se apaga y vuelve en cenizas. Desolado, sin saber qué más hacer, recurre al pasado de la mujer, de aquel ser extraño e inmortal, que azota su mente y moral todos los días. Encontrará un sentimiento reacio a irse y un deseo descomunal que arrasará con todo su raciocinio, y Annie no hará más que envolverlo en sus artimañas para verlo convertido en lo que tanto desea. ✵✵✵ ADVERTENCIA •Esta novela contiene escenas sangrientas muy explícitas, al igual que contenido sexual.
Con una sonrisa, abro la puerta de la cafetería y me adentro en ella con los ánimos en las nubes. Sin embargo, dicha mueca decae al ver las caras largas de aquellos que están sentados en las mesas rectangulares. Tienen bolsas negras bajo sus ojos y los labios caídos, como si así mantuviesen todo el tiempo. Busco entre las cabezas a la que se supone que es mi compañera. Bajo la vista y reviso los papeles que están encarcelados en una carpeta de plástico verde. Hojeo con rapidez su informe y memorizo sus facciones. Al alzar de nuevo el interés, la vislumbro al fondo, en la esquina derecha, cerca de la cocina, sorbiendo un café lo más de tranquila. Aunque sea su expresión no es de martirio, en lo absoluto; parece una col fresca y única entre varios vegetales estropeados. Me acerco, no sin antes acomodar mi corbata, y me siento frente a ella. Baja un poco su taza y me contempla por el rabillo del ojo. Sus luceros, de un gris azulado, perforan los míos hasta el pu
Tararea mientras conduce con suma tranquilidad, como si no hubiese visto algo espantoso hace unos minutos. Aprieto mi cinturón de seguridad y me acomodo mejor en el asiento. En el informe dentro de aquella carpeta plástica verde que me entregó el hombre canoso y de barba frondosa, el cual es nuestro superior, solo se detallaba su nombre, habilidades físicas y rango, nada más, ni tan siquiera que es una submundo o que es telépata o que posiblemente tenga más habilidades mentales. ¡Ni su edad se especificaba! Al enterarme de que fui promovido en la PEDS, no pude evitar sentirme alegre, pues por fin estaría a la altura de mi difunto hermano, que murió en servicio en esta organización. Incluso me mudé de casa para estar cerca de las oficinas y no recorrer toda la ciudad para llegar hasta allí. No solo eso, también obligué a mis padres a cruzar la mitad del país para que me felicitaran. Es tal mi desilusión ahora con la compañera que me ha tocado que la ansiedad provoca q
Nadie se fija en la cabeza cercenada metida en la bolsa negra entre las piernas de Annie, que está sentada frente a mí leyendo el menú. Es como si no la notaran, como si no existiera, ni siquiera sienten el hedor a muerte que expide poco a poco. «Ella manipula lo que ven, eso es más que probable». —¿Seguro que no quieres pedir nada? Salgo de mi trance al oír su melodiosa voz y vuelvo a él cuando una niña de ocho años con coleta pasa a mi lado. Ni se inmuta de lo que la pelirroja frente a mí retiene entre sus pies. —¿Qué has hecho? —suelto cuando retomo mi lucidez. Eleva las cejas y deja el menú en la mesa. —Jugar con la percepción de la realidad de los que nos rodean. —Hunde los hombros y mueve la mano despectiva—. Será mientras comemos. Ese «comemos» me da a entender que estoy obligado a llenar mi estómago sin apetito. Vuelvo a enfocarme en la magnitud de sus habilidades. Poder distorsionar la realidad está más allá de
Deposita la cabeza cercenada aún en la bolsa negra en la mesa metálica de disección de nuestra morgue especializada en seres sobrenaturales. El médico forense, un viejo que ha visto más que cualquiera en esta vida, aplaude eufórico y presiona el cigarro en un plato ovalado que en realidad es de cocina. —Oh, un reptil. —Alza la cabeza y la acerca a su rostro para inspeccionarla mejor de cerca—. ¿Y el cuerpo? ¿Por qué no lo trajiste? —le masculla a Annie, que se encoge de hombros—. Me debes uno. —Hecho, maldito psicótico. Él la ignora y me observa. —¿Y este muchachito? —vuelve a dirigirse a la pelirroja. —Mi compañero —le responde con una sonrisa. —¿Compañero? ¡Por todos los santos de la ciencia! ¿Es en serio? —Deja caer la cabeza como si fuera una pelota y se aleja para agarrar varios instrumentos de disección—. Esto sí es una verdadera hazaña. Annie se mira las uñas simulando a cierto personaje de película y hace un ade
La ignoro cuando entro en la oficina y me siento con pesadez en mi escritorio. Sé que me observa porque mi cuerpo no tarda en intimidarse bajo su escrutinio. Sigue con la burla de las gafas y se apega a ella infantil. Sé, asimismo, que lo hace para fastidiarme. Reprimo un resoplido y deslizo la mirada por la pila de carpetas que tengo encima del escritorio. —Hoy tampoco saborearemos la calle o el bosque —comenta sabiendo qué pienso. Bueno, en realidad deduce mi pensar por cómo miro los folios. —Te vas a empecinar en seguir jodiéndome, ¿verdad? —escupo de repente. Suelta una carcajada aguda. —Oh, vamos, Desmond, solo fue un juego… Interrumpo su melodiosa voz al darle un golpe seco a la madera vieja de mi escritorio. No se inmuta, antes sonríe con fuerza, como si mi arrebato le agrada. —¿Podrías, por lo menos, detenerte por un tiempo? —La encaro frustrado. Se toquetea el mentón, pensativa. —¿Qué me darás a
—Pecar es una proeza exquisita, ¿no te parece? Los policías se miran entre sí, anonadados por su comentario. Entorno los ojos y me alejo de su lado para captar con mejor atención lo que hacen los peritos; recogen el cuerpo —en realidad, lo ponen en una bolsa negra—, así como muestras, toman fotografías y acordonan la zona. A Annie le permiten estar en la escena para poder ver mejor las heridas del cadáver. Es otra mujer joven, quizás estudiante de alguna academia de prestigio por su uniforme recatado de corte de diseñador. Cuando la pelirroja alza la vista y me observa, sé qué hacer. Me dirijo a los policías, los comunes, les muestro mi placa y les digo que a partir de ahora la PEDS se encarga. Pálidos y atónitos, asienten y se marchan en su vieja patrulla. Vuelvo con mi compañero y me sitúo a su costado. Los peritos terminan su trabajo, nos comentan que esperarán en su camioneta y después caminan hacia ella mientras se hablan en voz baja. Ann