VII

«¡Nunca lo olvides, Desmond! ¡No dejes que devore a más celestiales! ¡Sálvalos, límpialos, hazlos volver! ¡No dejes que les haga lo mismo que a mí! Sálvalos, por favor. No dejes que se manchen…».

Me remuevo e intento librar mi batalla contra ese paisaje tan desalentador que se genera frente a mí; un lobo hecho de sombras con orbes rojizos devora algo, algo que antes no era malo.

«Ahora solo soy un cascarón de lo que fui. Solía ser un celestial».

Sueño con esa voz apagada y a su vez colmada de una divinidad extraordinaria mientras aquella bestia despedaza unos miembros.

«¡No dejes que devore a más celestiales!».

Me despierto con una opresión en el pecho que me impide respirar.

«¿A quién le pertenecía esa voz?», me pregunto con la respiración errátic

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