Cabreado, muy molesto, casi de miedo. Peter no podía creer que uno de los delincuentes más peligrosos que La Ciudad había tenido la desafortuna de conocer, aún siguiera haciendo daño sin importar el estar preso.No quiso decirle nada a nadie todavía, a pesar de la necesidad de mantener informado a Max y a George. Él quería corroborar bien sus sopechas, averiguando mucho más sobre ese tal Oswaldo Hurtado, quien parecía un fantasma.En aproximadamente dos semanas, Oswaldo le hizo recorrer una línea investigativa que no quería volver a tocar, puntos de la capital y contactos que había dejado atrás.Cuando Lenis Evans, la secretaria personal de su amigo Maximiliano, llegó a sus vidas, Peter se percató que el nombre de Evans debía ser falso y poco a poco las propias viscisitudes del destino, un destino que los mantendría unidos para siempre, les hizo comprender que efectivmente así era. Ella no se llamaba Lenis Evans, sino Lisa Díaz, estuvo casada con el asesor del exgobernador Jeferson Sm
Una de las cosas que más admiraba de Carla y qué más le gustaba a Max, era que ella no vestía la ropa que él mismo puso o mandó a poner en su armario, costosas prendas que él mandó a comprar, ropa que le ofrecía como regalo, pero ella siempre lo dejaba todo guardado, Carla no tocaba los pantalones, vestidos, zapatos y Max sabía que la palabra orgullo no cabía, ella no era orgullosa, simplemente Carla no veía necesario usar nada más si ya tenía su propio guardarropa, uno que pudo llevar desde La Ciudad y que, para sorpresa de suya, le funcionaba perfecto, le sentaba muy bien, todo le quedaba exquisito porque Carla siempre, demostrándoselo cada día, tenía buen gusto, solo no demasiado tiempo para usarlo absolutamente todo.Max lo empezó a corroborar nuevamente cuando vio a su esposa salir casi desfilando del pasillo de habitaciones del apartamento que compartían usando un atuendo sublime que le hacía ver sumamente elegante e incluso mucho más que cualquier vestido de fiesta que podía ha
Ya estando arriba y después de cruzar el umbral del salón, la pareja fue recibida por cada uno de los miembros de la junta directiva, exceptuando —por supuesto— al jefe de prensa, quedando aún esa vacante prevista por ocupar, luego de lo ocurrido con Brandon, él fue expulsado de la nómina.Todos rodeaban la gran mesa. Al ver llegar a los accionistas mayoritarios, se levantaron cortezmente para recibirles.—Por favor, pasen adelante —saludó la señora Romina D’Marc, jefa de publicidad y quien actualmente se encargaba de llenar un poco el hueco que dejó el periodista tras lo ocurrido en el museo.—Señor Bastidas —saludó el señor Francisco Billabond, estrechando la mano tanto del recién llegado como de su señora esposa—, déjeme expresar mis más sinceras felicitaciones en su día, a nombre de todo el equipo —siguió diciendo el jefe del departamento de relaciones públicas de Davison & Asociados—. Por favor, tomen asiento.Maximiliano miró a su alrededor, analizando el lenguaje corporal de ca
Carla ladeó la cabeza, echándola para atrás ligeramente con una sonrisa llena de dudas, junto al encogimiento de sus cejas.—¿Qué?—Imagino que tu esposo no habría querido molestarte con semejante dato y me disculpo por ser yo la imprudente de soltarlo, pero creo que debes saberlo todo sobre eso. Brandon Hial es sobrino de la esposa de tu padre, Carla. Esa es una realidad que él mismo supo desde un principio.Carla no habló durante un par de segundos.—¿Qué?Yul negó y exhaló bastante aire, removiéndose en el sillón. La edad y tanto trabajo añadieron a su espalda una cota de perenne dolor que siempre la hacía moverse cada vez que se sentaba.—Es una realidad, muchacha, disculpa de nuevo el decírtelo. Brandon fue buscado por su tía al enterarse quién era su novia. Ellos no tenían ningún tipo de cercanía, pero él siempre supo quien era su tía, por supuesto, no creerás que el periodista se enteró tarde de sus raíces. —Rió un poco con eso—. Lo que no sabía era que tú, su novia, eras hija
Carla no dejó que nadie le abriera la puerta y cuando el gardaespaldas más joven quiso ayudar, Maximiliano le hizo una seña de que no intervinera, que la dejara tranquila.Ella subió el ascensor sola, Max tuvo que recurrir a otro para llegar al piso. Ella entró sola al apartamento y azotó la puerta uno segundos antes de que él llegara, sin perderse de nada, ni de ruidos ni zapateos, mucho menos del enorme cabreo femenino.Max entró y cerró la puerta, con muchas ganas de azotarla también, pero se contuvo. Su teléfono sonaba, pero no prestó atención, ni tan siquiera lo sacó del bolsillo de su pantalón. Apenas se quitó el saco, lanzó las llaves del apartamento dentro del bowl de cristal y siguió caminando con enérgicos pasos en búsqueda de su esposa, en donde estuviese ella metida.Encontró la puerta de la habitación de Carla abierta, el bolso de mano sobre la cama, las sandalias doradas en el suelo, desparramadas como si nada, desordenadas. Escuchó agua pero no era mucha. Tocó la puerta
Daniel dio instrucciones precisas para todo el mundo. Dejando a cargo el bar orginal a su asistente personal, decidió que era hora de retirarse un momento de toda la presión, hasta de la redes, prometiendo apagar su teléfono celular para cuando llegara a destino.Su chofer ya le esperaba en una de las camionetas destinadas para su viaje, dos escoltas del nuevo equipo que contrató recientemente, vestidos todos de civiles, se mantenían alertas, uno en la puerta de su apartamento, otro en el lobby del edificio.Luego de pagar un buen pastón a cada quien, sobre todo a los jefes de los medios amarillistas y rosas que le perseguían, recordaba las palabras de su abogado, quien le repitió en varias ocasiones lo beneficionso que era para él que la policía tuviese custodiada y aislada a la hermana de Hilary, quien era la única revoltosa que podría desordenarlo todo con sus denuncias a vox póluli.Daniel estaba urgido. Bastantes días antes de ese quince de septiembre se enteró de quién era el co
Suspiró, al menos consiguió lo que quería, que él se alejara para cambiarse sin que le viera.Una de las cosas que Max le aseguró alguna vez durante esas largas conversas que se desarrollaban sobre la cama, era la falta de cámaras de ese lado del edificio, funcionando como un área íntima donde las personas podían estar desnudas si querían, personas que ella nunca veía, pero Max con eso solo le indicaba que ellos dos podían despojarse de prendas allí lo deseaban, él lo hacía constantemente, no le importaba porque sabía muy bien que no había cámaras. Por eso, Carla solía asegurarse siempre de no estar acompañada , de ir con su traje de baño puesto, sin embargo, en vista de las recientes circunstancias, bajó sin nada preparado, debía desvestirse allí, así que se quitó la braga gris con detalles inusuales en su confección y de manga sisa, quedándose en ropa interior, un bikini ajustado de color blanco a la medida, que luego se quitó sin dejar de mirar hacia el gimnasio.Se colocó el traje
Llegando a las montañas, la camioneta de Daniel se adentró al segundo poblado, un sitio muy pintorezco que bien le recibía con la decoración de la feria local, personas tranquilas caminando por aquí y por allá.Del rock, pasaron al pop, luego a las baladas… varias canciones colocadas en el estéreo del vehículo les ayudó a animarse, sobre todo a los escoltas. Glint quería que ellos sintieran como si aquello no fuese un trabajo, sino una aventura, una salida entre amigos. Le convenía que todo se manejara de esa forma, así él no se estresaba, no se sentía más en soledad y ellos trabajaban con más ganas y empatía, Daniel adoraba la empatía, pensaba que esa palabra y su acción precisa le salvó sus noches y sus días de aburrimiento y desidia. En ocasiones sentía la gente dentro de sus manos, no era algo demasiado agradable cuando sucedía a cada rato, pero en los momentos que más lo necesitaba, la perfección fue algo que siempre le funcionó.—Enciende el GPS —comandó Daniel al chofer, quien