Capítulo 27. Merecida disculpa.
—Vamos —dijo Francesco, atravesándola de la cadera.El calor de la mano masculina sobre su cintura se sintió como una marca inesperada, un punto de contacto que encendió una chispa de confusión en su pecho.Se instaló un silencio denso entre ellos, mientras ella, con la respiración apenas perceptible, intentaba descifrar el significado de ese gesto. Su mente, un laberinto de incertidumbres sociales, elaboraba teorías apresuradas. ¿Acaso era esta la norma tácita en los círculos opulentos, un lenguaje corporal que ella, ajena a sus códigos, no lograba interpretar? La idea de que existiera un protocolo secreto, una serie de comportamientos asumidos y entendidos por la élite, la hacía sentirse aún más fuera de lugar en aquel entorno fascinante e intimidante a la vez.Su propia historia, marcada por la ausencia de lujos y la lucha cotidiana, la había mantenido al margen de estas dinámicas, dejándola ahora a merced de suposiciones y con la única guía de una intuición inexperta en estas lide
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