—¡Sí! —gritó Alfonso, su voz quebrándose entre el dolor y la furia contenida—. ¿Eso querías oír? ¡La verdad! Pues ahí la tienes: amo a mi hijo… ¡Y amo a Anahí!Azucena se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron como platos, como si acabara de escuchar la blasfemia más grande.—¿Estás… estás loco? —balbuceó, dando un paso atrás—. ¡Ella es una traidora! ¡Te engañó! ¡Ese niño no es tuyo!—¡Es igual a mí! —rugió Alfonso, señalando con rabia un marco con su foto de infancia sobre la repisa—. ¡Míralo bien, madre! ¡Tiene mis ojos, mi expresión cuando se enoja, incluso mi forma de caminar! ¿Cómo puedes negar algo tan evidente?Azucena abrió la boca, pero ninguna palabra logró salir. Alfonso respiró hondo, dolido.—Haré otra prueba de ADN. Las veces que haga falta, pero te lo voy a demostrar… Freddy es mi hijo. Y tú, madre, lo vas a aceptar.Sin decir más, dio la vuelta. Su espalda tensa era un retrato de determinación y angustia. Azucena se quedó sola, estática como una estatua de sal, con el
Ler mais