El dolor llegó primero, palpitando detrás de sus ojos como un tambor tribal. Luego, la conciencia. Lenta, densa. Como si el aire estuviera hecho de alquitrán y cada respiro la arrastrara de vuelta a un cuerpo que no quería habitar.La oscuridad no venía de sus párpados cerrados. Era real. Dura. Ciega.Trató de moverse, pero las muñecas respondieron con un tirón seco y punzante. Atadas. Igual que los tobillos.Perfecto.La boca le sabía a metal y algodón viejo. Le habían puesto una mordaza. Clásico. Nada de creatividad, pensó con sarcasmo, mientras trataba de recordar la última cosa que vio. Un pasillo. Un guardaespaldas. ¿Bianchi? ¿No…? No, eso fue antes. El té con Alessandro. El contrato.Entonces…Una voz rasgó la oscuridad como un cuchillo afilado.—Pensé que serías más difícil de atrapar, sobrina.El corazón de Ellis dio un salto. Esa voz. Esa entonación grave, medida. Como si estuviera negociando una compra en lugar de encabezar un secuestro.Richard.Las piezas cayeron de golpe,
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