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23 chapters
Capítulo 21
Ellis apenas había terminado de firmar la última línea del contrato cuando el celular de Alessandro vibró sobre la mesa. Él lo ignoró. No era el momento de distraerse con minucias. No cuando esa mujer frente a él acababa de ponerle un collar de fuego y él, como un idiota, había metido la cabeza con gusto.—Listo —dijo ella, empujando el cuaderno hacia él—. Ahora sí, puedes tenerme en tu casa sin que me convierta en rehén ni en problema legal.—¿Siempre eres así de encantadora al negociar?—Solo cuando estoy demasiado cansada para ser amable.Alessandro firmó. Ni siquiera lo pensó. Estaba exhausto, confundido, medio jodido por dentro… pero también sabía que acababa de hacer un trato con alguien que podía salvarle la vida o arrastrarlo al infierno. En su mundo, eso era casi un elogio.—¿Y ahora qué? —preguntó él, recostándose en la silla.—Ahora voy a asegurarme de que Maritza sobreviva la noche.Y eso hizo. Durante las siguientes horas, Ellis se movió como si no tuviera historia con na
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Capítulo 22
El dolor llegó primero, palpitando detrás de sus ojos como un tambor tribal. Luego, la conciencia. Lenta, densa. Como si el aire estuviera hecho de alquitrán y cada respiro la arrastrara de vuelta a un cuerpo que no quería habitar.La oscuridad no venía de sus párpados cerrados. Era real. Dura. Ciega.Trató de moverse, pero las muñecas respondieron con un tirón seco y punzante. Atadas. Igual que los tobillos.Perfecto.La boca le sabía a metal y algodón viejo. Le habían puesto una mordaza. Clásico. Nada de creatividad, pensó con sarcasmo, mientras trataba de recordar la última cosa que vio. Un pasillo. Un guardaespaldas. ¿Bianchi? ¿No…? No, eso fue antes. El té con Alessandro. El contrato.Entonces…Una voz rasgó la oscuridad como un cuchillo afilado.—Pensé que serías más difícil de atrapar, sobrina.El corazón de Ellis dio un salto. Esa voz. Esa entonación grave, medida. Como si estuviera negociando una compra en lugar de encabezar un secuestro.Richard.Las piezas cayeron de golpe,
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Capítulo 23
El silencio en el despacho de Alessandro era más cortante que un bisturí. No el silencio de la tranquilidad, sino ese que precede al desastre. Las paredes, forradas de madera italiana y con olor a poder viejo, parecían cerrarse sobre él. Había llamado tres veces al número seguro de Ellis. Nada. Silencio absoluto. Ni un mensaje, ni un error de red. Como si hubiera dejado de existir.Encendió un cigarro, aunque odiaba fumar. Era el tipo de noche que pedía humo, alcohol y respuestas que no tenía.La puerta se abrió sin que él diera permiso. Aristide entró con su andar cínico de siempre, pero con los ojos inusualmente opacos.—¿Qué pasa? —preguntó, sin ceremonia.Alessandro no lo miró al principio. Solo exhaló el humo con violencia.—La doctora desapareció.Aristide parpadeó.—¿Cómo que desapareció?—No responde. No está en su departamento. Su escolta no contesta. Su ubicación, bloqueada.—¿Y crees que se fue de vacaciones sin avisar? —ironizó Aristide.—Creo que si no la encontramos en l
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