ManuEra de madrugada cuando salí de aquel departamento que en algún momento me hizo feliz. La tristeza nubló por completo mi razón, y sin pensar en nada, me dejé llevar por el movimiento inconsciente de mis pies, sin siquiera analizar la forma en que a esa hora llegaría a la casa de mi madre. De pronto, me encontré en la mitad del puente que separaba mi dulce vida con Nino de la patética realidad que me esperaba. Podría haber acabado con todo en ese instante, pero el dolor que cada paso me provocaba, de alguna forma me recordaba que había sido real, aun cuando la oscuridad comenzaba a cernirse sobre mis sentidos.En casa de mi madre, me recibió un silencio abrumador que me impedía poner en práctica cualquiera de mis técnicas de autocontrol. No me servía contar, no me servía respirar, no me servía visualizar el rostro de Nino, ni sus ojos, ni sus labios, ni sus dientes... Abrí la puerta con la desesperación amenazando con invadirme por completo y destruirme sin piedad. Mamá escuchó las
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