CAMILLE ASHFORDLos oídos me zumbaban y me arrastré como pude, alejándome de ella. El ama de llaves fue la primera en acercarse a mí, envolviéndome entre sus brazos de manera protectora mientras aún seguía en el suelo. Cuando alcé la mirada, el resto de la servidumbre estaba rodeando a la mujer desconocida, que las mantenía a raya con su cuchillo, agitándolo hacia ellas, sin saber de cual defenderse primero. Se había llevado buenos golpes al caer, pero no era suficiente para que se rindiera. —¡No lo entiendes! ¡Si no muere ese niño, entonces moriré yo! —gritó desesperada y sus ojos se llenaron de lágrimas. De pronto la realidad cayó sobre mí como un balde con agua fría. Ya había visto a esa mujer antes, en el burdel, visitando a las demás bailarinas. Nunca intercambiamos palabra alguna, hasta hoy—. Yo no quería que nadie saliera herido, yo solo quería dinero, quería libertad, y ellos me la ofrecieron.Con el maquillaje corrido por las lágrimas, su apariencia se había vuelto grotesca.
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