Diego quería apartar la mano de Viviana, pero ella lo abrazó con fuerza.—Diego, ya estamos en la habitación, ¿de verdad vas a rechazarme? ¿Acaso no me deseas?Diego sentía que todo su cuerpo ardía, como si miles de hormigas recorrieran sus huesos. Era una sensación insoportable, y el cuerpo curvilíneo de Viviana pegado al suyo, junto con sus inquietas manos, parecían la solución a su malestar.—Diego, de verdad me gustas mucho. Esta noche te haré sentir bien, quedémonos juntos.Viviana exhalaba su dulce aliento mientras seguía seduciéndolo.Diego se dio la vuelta y miró a Viviana, hermosa como un melocotón en flor. Realmente era muy bella, como todas las chicas que siempre lo habían rodeado; ninguna había sido fea.La mano de Viviana acarició su rostro. —Diego.Él no rechazó su mano; al contrario, la levantó en brazos y con paso firme la llevó hacia la cama.Viviana cayó sobre el mullido colchón y, enganchando sus brazos alrededor del cuello de Diego, lo arrastró con ella.—Diego, déja
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