El sol estaba en lo alto, derramando su calidez sobre la playa. La risa de William resonaba con fuerza mientras corría por la arena, esquivando las olas que lamían la orilla. Jeremy lo perseguía con un balón en las manos, intentando atraparlo, pero el niño era rápido, ágil como una pequeña sombra que se deslizaba con facilidad. —¡Eres muy lento, papá! —gritó William, deteniéndose un momento para sacar la lengua en un gesto burlón antes de volver a correr. Jeremy se detuvo, fingiendo agotamiento mientras se apoyaba en las rodillas. —¿Lento? ¿Yo? —preguntó con una sonrisa astuta—. Te olvidas de algo, pequeño genio. Los hombres inteligentes siempre guardan un as bajo la manga. Antes de que William pudiera reaccionar, Jeremy lanzó el balón con precisión, haciéndolo rodar justo en la trayectoria del niño. William tropezó suavemente, aunque se recuperó de inmediato y tomó el balón entre sus manos, mirando a su padre con una mezcla de asombro y diversión. —¡Eso fue trampa! —protestó ent
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