La expresión de Sebastián era todo un espectáculo de circo: incredulidad, ira, dolor, humillación. Aunque, ¿de qué se agraviaba él?—¿¡Qué coños están haciendo!? —apretó los puños. —Regina, ¿¡qué mierda estás haciendo!?Daniel me ayudó lentamente a arreglarme la ropa y se puso frente a mí:—Be-sán-do-nos —pronunció con calma—. ¿Necesitas que te haga una demostración?Sebastián, respirando pesadamente, lanzó un puñetazo hacia Daniel, quien lo esquivó al instante con facilidad, sin ocultar ya la ferocidad en su mirada.—¡Daniel, Regina es mi esposa, ¿¡cómo te atreves!?Daniel lo agarró del cuello de la camisa, burlándose de forma descarada:—Pronto dejará de serlo.Sebastián, al oír esto, se devolvió hacia mí:—Regina, ¿me estás provocando a propósito?Apoyada en la ventana, lo miré con burla:—Te lo imaginas, simplemente me aburrí de ti, así de sencillo.Sebastián, con los ojos enrojecidos de rabia:—Hablemos.—Ella no tiene nada que hablar contigo —interrumpió Daniel de manera grosera
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