—Gracias por recibirme, Señor y Señora de los Dragones. —Espero que no pretenda que yo recuerde lo que respondí la primera vez...—el tono de Tabar dejaba entrever su hartazgo. Sólo toleraba aquel comportamiento extravagante del Mago porque sentía curiosidad acerca de la carta. —No, mi Señor, jamás le pediría eso. Entiendo muy bien que las consecuencias de la guerra afectan terriblemente la memoria de los guerreros... —¿Las qué...?—preguntó Zarah algo sorprendida, pero el Mago no respondió. Entonces volteó a ver a su esposo y se encontró con una expresión de desprecio, una mirada que parecía querer pulverizar ahí mismo al hombre que tenía parado frente a él. —Lo siento, su majestad. Creo que he sido impertinente una vez más. Supongo que está en mi naturaleza. —Pues controla esa naturaleza tuya ¿O acaso eres un maldito animal salvaje?— Las palabras de Tabar hicieron eco en el Salón del Concilio. Zarah acercó de nuevo su mano hacia Tabar en un gesto que buscaba ser tranquiliz
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