CAPÍTULO 153: LA SÚPLICA DE UN PECADOR.La capilla del hospital estaba vacía, salvo por la tenue luz de las velas que iluminaban el altar. Enzo entró tambaleándose, con el rostro desencajado; sus ojos rojos delataban que había estado llorando. Se quedó de pie frente al altar, mirando el crucifijo, y la rabia y la desesperación bullían en su interior. Dio un paso hacia adelante, luego otro, hasta que sus rodillas cedieron y cayó pesadamente al suelo. Bajó la cabeza, respirando con dificultad, como si el aire le quemara los pulmones. —¿Qué hago aquí? —murmuró, con la voz ronca, apenas un hilo de sonido que se perdió en el silencio de la capilla—. Tú y yo no tenemos nada que decirnos, ¿verdad? Se pasó las manos por el cabello, tirando de él con fuerza, como si quisiera arrancarse el dolor que lo consumía. —Yo sé quién soy... —dijo, más alto esta vez, mirando al crucifijo con ojos llenos de lágrimas—. Tú también lo sabes. Sabes todo lo que he hecho. Todo. No tienes que recordármelo, po
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