Esa voz me resultaba demasiado familiar, era Gabriela, la “eterna favorita”de Fernando.Desde que Gabriela regresó al país, Fernando parecía otra persona. Su teléfono no dejaba de sonar, día y noche. Si la llamada era de Gabriela, sin importar la hora, él siempre acudía.Cada vez que discutíamos por eso, Fernando me reprendía con impaciencia: “Gabriela está sola en este país. ¿Qué tiene de malo que la ayude? ¿Podrías dejar de crear problemas?”Empezamos a distanciarnos. Usaba el pretexto de nuestras discusiones para no volver a casa. Durante esos días de ausencia, intenté encontrar pruebas de que me estaba traicionando, pero no había nada. Solo ayudaba, día y noche, sin descanso.Con el tiempo, Fernando se volvió más irritable y perdió la paciencia conmigo. Antes, siempre me avisaba si estaba ocupado o si tenía una emergencia, pero ahora, podía pasar una semana, incluso un mes, sin que me llamara. Cuando yo lo hacía, siempre estaba “ocupado” o simplemente colgaba.Pero esta vez no solo
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