Este rubí realmente es una reliquia familiar, y solo existían dos piezas.Le había dado una a Alejandro para que se la regalara a la joven que él eligiera, mientras que la otra la había reservado para mi hijo menor. Sin embargo, como aún era muy pequeño lo conservaba yo por el momento.Isabella claramente estaba equivocada. Me arrancó el collar de un tirón y, gritando, dijo:—Alejandro, maldito mentiroso, dijiste que solo me amabas a mí, ¡y resulta que tienes una aventura con esta vieja! ¡Te odio, y lo hago con todo mi ser! Me duele el corazón, pero no puedo evitar seguir amándote.Ella seguía hablando sola, perdiendo la razón por un momento, y de repente su mirada se volvió oscura y aterradora.—Si ellos mueren, ya no habrá ningún obstáculo entre nosotros. ¡Sí! ¡Así es como debe ser! —gritó, con una risa histérica. Acto seguido, sacó su celular, y, aunque no sabía a quién llamaba, después de un rato escuché que decía: —¡Tienes que ayudarme a defender mi amor!Sin embargo, yo no tení
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