Capítulo 2
Este rubí realmente es una reliquia familiar, y solo existían dos piezas.

Le había dado una a Alejandro para que se la regalara a la joven que él eligiera, mientras que la otra la había reservado para mi hijo menor. Sin embargo, como aún era muy pequeño lo conservaba yo por el momento.

Isabella claramente estaba equivocada. Me arrancó el collar de un tirón y, gritando, dijo:

—Alejandro, maldito mentiroso, dijiste que solo me amabas a mí, ¡y resulta que tienes una aventura con esta vieja! ¡Te odio, y lo hago con todo mi ser! Me duele el corazón, pero no puedo evitar seguir amándote.

Ella seguía hablando sola, perdiendo la razón por un momento, y de repente su mirada se volvió oscura y aterradora.

—Si ellos mueren, ya no habrá ningún obstáculo entre nosotros. ¡Sí! ¡Así es como debe ser! —gritó, con una risa histérica.

Acto seguido, sacó su celular, y, aunque no sabía a quién llamaba, después de un rato escuché que decía:

—¡Tienes que ayudarme a defender mi amor!

Sin embargo, yo no tenía tiempo para preocuparme por su locura, por lo que, como pude, me arrastré hasta la camilla de mi hijo menor, observando que su rostro empeoraba cada vez más, y mi corazón se llenó de angustia.

—¡Por favor, alguien, que alguien socorra a mi hijo! —grité con desesperación—.¡Lo mordió una serpiente venenosa, su rostro está morado! ¡Si no lo ayudan, morirá!

Otras enfermeras intentaron convencer a Isabella:

—Si esto termina mal, podría resultar en un gran problema para todos nosotros aquí.

—¿Por qué no llevamos al niño primero a la sala de urgencias?

—¿Están seguras de que quieren ayudar a esta amante? —repuso Isabella, mirándolos a todos, tras soltar una risita cargada de sarcasmo—. No olviden que el padre de Alejandro es el gerente general de este hospital. Una vez que me case con la familia Ramírez, yo tendré el control de sus oportunidades de ascenso.

Al escuchar esto, las enfermeras se miraron entre sí, fingieron estar ocupadas y se fueron.

—Por favor, Isabella —le supliqué—, déjame llevar a mi hijo a la sala de urgencias, si no lo haces, él va a morir.

Pero Isabella, con el rostro frío y una mirada despiadada, me respondió:

—Yo quiero que muera. Si él muere, cuando me case con Alejandro, no habrá más barreras entre nosotros. Si no muere, siempre será un obstáculo. Yo no pienso ser madrastra de un bastardo.

—Mi hijo no es el hijo ilegítimo de Alejandro, él es su hermano menor —me apresuré a explicarle—. No te miento. Es su hermano biológico.

—Dices que ese bastardo es el hermano de mi novio, pero lo has llamado tu hijo todo el tiempo —repuso Isabella, dándome una patada—. Eres tan ridícula… ¿Qué sigue? ¿Me dirás que eres la madre de Alejandro?

—Sí —asentí, de inmediato—. ¡Realmente soy la mamá de Alejandro, soy su madre biológica!

Isabella se quedó atónita por un momento, mirando mi rostro detenidamente, en el mismo momento en el que la puerta se abrió de golpe, y un grupo de personas entró con palos, y el hombre de cabello rubio que los encabezaba, gritó:—¿Quién se atreve a quitarle el hombre a mi hermana?

Al ver mi rostro hinchado y mi cuerpo desplomado en el suelo, con Isabella de pie frente a mí, su expresión se volvió amenazante.

—¡Es esta zorra la que está robándome a mi novio! —exclamó Isabella, señalándome con desprecio—. ¡Y encima se atreve a decir que es la madre de Alejandro!

Luis Martínez soltó una risa sarcástica, me miró de arriba abajo, y, con desprecio, se burló:

—Si ella es la esposa del director del hospital, entonces yo soy el director. Esta mujer solo quiere intimidarte, y que le tengas miedo.

—Qué bueno que llegaste —repuso Isabella, y su mirada dubitativa se volvió más decidida—, si no, esta amante me habría engañado.

Rápidamente, se acercó a mí, como un demonio, y me golpeó varias veces en la cara. Mis oídos zumbaban, pero no me atreví a esquivarla.—Salva a mi hijo, te lo ruego, por favor, salva a mi hijo —supliqué entre los golpes.

De repente, una chispa maliciosa brilló en los ojos de Isabella, y con maldad me dijo:

—Si quieres que lo salve, está bien. Quítate la ropa, abofetéate a ti misma, y, mientras lo haces, di que eres una puta zorra. Además, discúlpate conmigo, mira a la cámara y di que nunca debiste entrometerte en mi relación.

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