Casandra permanecía tumbada en la hierba, sintiendo el rocío fresco bajo su piel, con la mente aún aturdida por lo que acababa de suceder. La diosa de la luna había desaparecido, dejándola con un mar de preguntas, y esa voz... esa voz profunda y reconfortante que había resonado en su mente, como un eco distante pero vibrante, aún flotaba en el aire.—Sí, estoy aquí.Esa única frase había sido suficiente para hacer que su corazón latiera con más fuerza, un torbellino de emociones, preguntas y dudas golpeaba su interior. Había estado sola tanto tiempo, luchando contra Alec, sus secuaces y la oscuridad que había nublado su vida. Y ahora, un hombre, un extraño, se presentaba como su compañero, como alguien con quien compartiría un vínculo destinado por el destino.—Fénix, ¿qué crees de todo esto?, —preguntó Casandra en silencio, buscando la calma en la voz de su loba, que siempre era un ancla en momentos como este.—Es… sorprendente, —respondió Fénix tras una
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