Alejandro permanecía allí, de pie en medio del estacionamiento del restaurante, observando cómo las luces rojas de la ambulancia se desvanecían en la distancia. Su cuerpo no se movía, pero por dentro, el caos era absoluto. Apretó los puños, tragó saliva y, con un suspiro tembloroso, caminó con rapidez hacia su auto. Abró la puerta de un golpe, se dejó caer en el asiento del conductor y se cerró de nuevo con fuerza.El silencio dentro del vehículo lo envolvió.Sacó su teléfono del bolsillo y, con dedos ligeramente temblorosos, marcó el número de Andrés .El tono sonó una vez, dos veces.—¿Aló? —respondió Andrés con voz ronca. Ya estaba acostado, arropado junto a Sandra en la habitación oscura.Alejandro contuvo un suspiro, presionando el volante con la otra mano.—Necesito que vengan al hospital.Hubo una pausa del otro lado.—¿Qué dices, Alejandro? ¿Te pasó algo?La voz de Andrés se tensó. Al escucharlo, Sandra se incorporó en la cama, alarmada. Alejandro miraba al frente, a la oscuri
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