La mañana después de la celebración, el sol brillaba intensamente, bañando el campamento de la manada en una luz dorada. Kadisha se despertó con una sensación de esperanza y energía renovada. El acuerdo con la otra manada había sido un gran paso adelante, y su espíritu se sentía elevado. Sin embargo, una sombra se cernía sobre su mente. La amenaza de Elias aún estaba presente, y la sensación de que no podían bajar la guardia persistía en su corazón. Se levantó de su improvisado lecho y salió de la tienda. El aire fresco de la mañana la envolvió, y el canto de los pájaros resonaba en el bosque. Kadisha se dirigió hacia el arroyo cercano, donde el agua fluía con suavidad. Al llegar, se agachó y sumergió sus manos en el agua fría, sintiendo cómo la frescura la revitalizaba. Mientras bebía un poco de agua, escuchó pasos detrás de ella. Al voltear, vio a Murdock acercándose, con una expresión tranquila en su rostro. —Buenos días, Kadisha —saludó, su voz suave y cálida. —Buenos días, Mu
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