—Tú eres el culpable. —Al decir esas palabras, veo cómo sus lágrimas bajan por las mejillas y, en un momento de ira, aprieta el vaso de cristal que trae en sus manos, rompiéndolo debido a la presión, causando que este se incruste en su mano, provocando que comience a sangrar. A mí me rompe el corazón porque estar escuchando todo eso, hasta yo sé que él es el que menos tiene la culpa. Así que, sin importarme que me encuentre desnuda, salto de la cama ignorando mi cuerpo adolorido debido a lo que pasó hace unos instantes y me acerco a él con un trozo de tela. Agarró su mano colocando la tela en la herida, impidiendo que se desangre. Ambos, por un leve momento, nos miramos con atención. Noto rápido el dolor en sus ojos, causando que mi corazón se apachurre y que, sin pensar, coloque mi mano en su mejilla. Su expresión cambia radicalmente; aparta su mano de su herida y se aleja de mí lo más lejos que puede, como si no quisiera que viera esa parte de él. Es como si no quisiera que lo vie
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