En la penumbra del lugar, sentí su mirada cargada de deseo, observando su virilidad, erguida y llena de fuerza. Sorprendida y obediente, caí de rodillas ante su mandato, dispuesta a cumplir su voluntad sin demora. Así, con suavidad, tomé su carne en mis labios, dejándome llevar por sus suspiros entrecortados y los gruñidos que escapaban de su boca. Sus ojos, perdidos en el placer, me miraban con ardiente lujuria mientras mordía sus labios.—¡Ah, Elena!— exclamó él, acariciando mis cabellos con delicadeza, recogiéndolos en una coleta para tener mejor control de la escena.De súbito, su ímpetu creció, y comenzó a embestirme con tal vigor que apenas pude contener el aliento, sintiendo cómo mi garganta se ahogaba. Tosí, y el malestar me llevó a verter mi incomodidad en el suelo. Alcé mi mirada desafiante, y él, expectante, me observó con curiosidad.—Perdóname —murmuró, acariciando mi rostro. Le aparté y continué con mis labores hasta que, finalmente, su semilla fue vertida en mis labio
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