Mientras Sophia y Xavier se dedicaban a armar y pintar calabazas de papel maché, cortar guirnaldas de murciélagos y hacer otros adornos, Thomas estaba afuera, en el jardín de atrás, frente a la parrilla de Sophia, disfrutando de la fresca mañana que se transformaba poco a poco en mediodía. El sol empezaba a ascender en el cielo despejado, y envuelto por los cantos de los pájaros, el perfume las flores y hierbas aromáticas, y el olor a hierba húmeda, Thomas empezó a preparar el fuego. Era un día perfecto para una buena barbacoa. La casa de Sophia le transmitía paz y serenidad, y la presencia de la mujer entreteniendo a su hijo le sumaba un plus, puesto que, cuando él tenía que hacer las parrilladas y su hijo lo acompañaba, siempre tenía que estar con un ojo en la carne y otro en su hijo. Pero con Sophia presente, por primera vez en mucho tiempo podía concentrarse únicamente en hacer la mejor parrillada que haya probado su anfitriona jamás.—¡Sophie, ya pegué el papel celofán a la lampa
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