Rafael conducía el automóvil con una mezcla de nerviosismo y emoción. Llevaban con ellos a una niñera y a su bebé, Marcus, que dormía plácidamente en su asiento. Solo un guardia seguía de cerca, garantizando su seguridad. El sol ya se había ocultado cuando llegaron al Pinmark, un lugar especial para él, y, sin embargo, sentía que ese día, más que ninguno, tenía un propósito que trascendía lo común.El tiempo había avanzado rápidamente, y aunque era un poco tarde, no importaba. La cena estuvo tranquila, aunque el bebé estaba agotado después de un largo día. Aimé, con su delicadeza habitual, arrulló a Marcus hasta que quedó profundamente dormido. Le dio un último beso en la frente antes de entregarlo a la niñera, quien se quedaría con él en la cabaña al lado de la de Rafael.—Volveré más tarde —le dijo Aimé, su voz suave, pero cargada de promesas, mientras salía al frío de la noche.Rafael y Aimé caminaron por la orilla del lago, rodeados de la quietud de la naturaleza, admirando el pais
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