Carlos hizo un gesto inconsciente de tragar saliva y luego bajó la cabeza para morder mis labios brillantes. —Continúa—, dijo, entre dientes. Me aparté, frunciendo el ceño. La llamada había roto el ambiente, y era difícil continuar como si nada. Carlos también notó mi cambio de actitud. Se paró a mi lado, apoyando ambas manos en la barra, respirando profundamente, hasta que recuperó el aliento y sacó el persistente teléfono de su bolsillo. —¡Dime! Espero que sea importante. Él siempre proyecta una imagen serena en público, y como una buena esposa, no quería que respondiera con enojo. Coloqué una mano en su espalda, tratando de tranquilizarlo. Él levantó la vista y me dedicó una leve sonrisa, y en ese instante su expresión se suavizó. Nadie respondía al otro lado de la línea, y Carlos se distrajo jugando con un mechón de mi cabello. —Si no dicen nada, cuelga. Esperó unos segundos, pero seguía sin haber respuesta, y su expresión volvió a oscurecerse. —¿Tal vez fue un
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