Me conmovió demasiado escuchar eso. Aunque era una niña que había sido acogida en ese hogar, los padres de Carlos me habían dado el mismo amor y cuidado que unos padres biológicos.Me trataban como si fuera su propia hija, con un cariño y una dedicación especial que a veces me abrumaba. No eran solo palabras o gestos vacíos; se notaba en cada delicado detalle, en cada mirada de orgullo cuando lograba algo, en cada abrazo de consuelo cuando las cosas no salían bien. Incluso, recuerdo muy bien que Alejandro, el hermano de Carlos, bromeaba diciendo que desde que había llegado a la familia, él y Carlos habían perdido el favoritismo por completo.Paula tenía razón: podría romper con Carlos, pero definitivamente no con los Jiménez.Respiré hondo y, cuando entré, todas las miradas se posaron en mí, mientras Alicia se levantaba apresurada y se acercaba.—Sara, qué bueno que llegaste. Te estábamos esperando ansiosos para cenar.—Alicia, Gabriel —saludé, mientras Carlos, empujado por Gabriel, se
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