—¡Osito! ¡Suéltalo, Osito!Grité con dolor, abrazando con fuerza a Osito. Al oír mi voz, este aflojó la presa, pero le seguía gruñendo a Daniel.—Dani, Dani, estás sangrando —dijo Sofía con preocupación, abrazándolo.Pude ver que tenía heridas en el brazo, Osito lo había atacado con toda su fuerza. Cuando Daniel me miró, Osito volvió a abalanzarse, logró sujetarlo.—Sofía, vámonos —dijo Daniel, mirándome fijamente, y se marchó abrazado a ella.Cuando desaparecieron en el ascensor, me desplomé en el suelo, agotada. La herida de la operación se había abierto y manchaba de rojo mi camisa. La vecina estaba muy nerviosa y se arrodilló junto a mí.—¿Estás bien? ¿Por qué hay tanta sangre? No te preocupes, voy a llamar a la ambulancia.Osito gemía y me empujaba con la cabeza.Con esfuerzo, le acaricié: —Mamá está bien, Osito, no tengas miedo, estoy bien.Sus grandes ojos reflejaban mi pálido rostro y en ese momento sentí que podía morir. Cuando me llevaron al hospital, el médico acudió rápida
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