Regina Llegué a la fiesta de la boda, y la majestuosa mansión Foster brillaba con luces y risas. Invitados elegantes, entre ellos socios comerciales, empresarios y amigos de la familia, llenaban los espacios decorados con exquisito gusto. Pero para mí, la mansión no era solo un lugar de celebración; desde la muerte de Julia hacía varios años, junto con su bebé, había sido un recordatorio constante de pérdida. Julia había sido mi mejor amiga, mi confidente en momentos difíciles. Ahora, con ella fuera de mi vida y Alaska ausente, me sentía sola entre la multitud. Busqué un momento de paz en el jardín iluminado por la luna, sintiendo cómo la tristeza se apoderaba de mí. Ryan, mi hermano, percibió mi gesto y se acercó con una mano en mi hombro, preocupado. — ¿Cómo estás, Regi? —preguntó con ternura. Suspiré, sintiéndome vulnerable ante la opulencia de la celebración. — Estoy tratando de manejarlo, Ryan. Todo es tan confuso... No puedo creer cómo todo cambió tan rápido —murmuré,
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