…… —¡Liza! —la llamó Reina Maray con voz firme, al encontrar a la hembra Omega de Luna Plateada, caminando a orillas del lago en el jardín trasero, junto a los mellizos. La brisa matutina acariciaba suavemente el rostro de Maray, trayendo consigo el perfume fresco de la hierba húmeda a orillas del lago. Los árboles, altos y frondosos, proyectaban sombras sobre el suelo que se mecían al compás del viento, mientras los pájaros, en un coro encantador, llenaban el aire con sus cánticos. —¡MAMÁ! —exclamó la cachorra, Connie, con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro. La niña se soltó con fuerza del agarre de Liza y corrió hacia Maray, lanzándose a abrazarla con toda la fuerza de su pequeño cuerpo. —Mamá… —hizo un puchero, Connor, extendiendo sus brazos en dirección a la voz de su madre, su ceguera impidiendo que pudiera verla. Maray cargó en sus brazos a Connie, que sonreía mientras la abrazaba, y con un gesto de amor y protección, la sumergió en un hechizo que anulaba el s
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