Las luces parpadeantes adornaban los puestos de comida y juegos, y el aroma de delicias caseras propias de la manada envolvía el ambiente. Maray sostenía la mano de los mellizos caminando por el pueblo. En compañía de ese Alfa, absolutamente nadie se atrevía a verla mal o tratarlos de mal modo. Tal como la primera vez que fue al pueblo sola con los mellizos. El cachorro ciego, nervioso por el bullicio, se aferraba aún más a esa Reina, mientras la niña, con su rostro iluminado por la alegría, exploraba con sus ojitos celestes, cada rincón. —¡Mira, mamá! —gritó la niña, señalando a un grupo de cachorros jugando a lo lejos. Sus ojos brillaban con deseo. Connie quien en su corta vida había sido criada de manera sobreprotectora por Beta Aeron, no tenía idea qué era compartir con otros cachorros que no fueran su mellizo ciego. De ahí, que ella buscara divertirse hasta haciendo bromas de mal gusto a Connor, que en su inocencia, siempre la perdonaba. Esa Reina Alfa, con una
La oscuridad de la noche cubría las profundidades del extenso y espeso bosque, donde la luz de la luna apenas se filtraba por las ramas de los frondosos árboles que se alzaban como majestuosos gigantes, dejando que pequeños brillos plateados iluminen el suelo. Grandes árboles frondosos, cuyas ramas se entrelazaban, se mecían suavemente con la brisa fresca nocturna que soplaba, trayendo consigo el aroma a hiervas. Los sonidos de los animalillos nocturnos llenaban el aire, el susurro de los búhos en la distancia… Uuh~ Uuh~ El cántico de las ranas, entre otras pequeñas criaturas nocturnas. Acompañado del crujido de las hojas bajo las zapatos de esa hembra que caminaba rápidamente entre la oscuridad. Sus ojos de un celeste natural, ahora se mostraban de un color rojo intenso como un par de hermosas joyas de rubí. Reina Maray avanzaba con pasos firmes, su sombra confundida con la oscuridad del bosque. Su respiración agitada resonaba en sus oídos marcando el ritmo frenético de su
—Mi Luna no es débil, no es una miserable que se rompería por algo como esto. No finjas dolor, Maray. Dime, ¿es más importante huir a Noche Carmesí, que nuestros cachorros? —¡NO IBA A DEJARLOS POR SIEMPRE, IMBÉCIL! —le gruñó ella, mostrando sus colmillos. La presencia de ese imponente hombre lobo que la encimaba, la hacía sentir el calor de ese cuerpo musculoso complemente desnudo, rozando el golpeado cuerpo de ella. —No actúes por tu cuenta. Dame la oportunidad de ayudarte, es peligroso, Maray. Sé por qué te lo digo, ese Beta de Garra Dorada que anda detrás de ti, es más peligroso de lo crees… —le decía ese hombre lobo, ahora en un tono de voz más pacífico, casi como un susurro a mínima distancia del rostro de esa belleza de hembra pelirroja, al punto que las respiraciones de ambos se entrelazaban. Reina Maray parpadeó lentamente, sus ojos de un intenso color rubí lo veían fijamente. —¿Qué tan descarado puedes ser, Alfa? —le preguntó ella en un tono burlista—, me pides u
Colmillos afilados, expresión escalofriante, ojos como dagas punzantes, un brillo intensamente rojo que rodeaba el cuerpo de esa hembra. Reina Maray, se inclinó para morder a ese Alfa… Su mate, su destinado que le pedía que no cometiera tal error, una y otra vez. Pero… Ella ya estaba cansada de ser aprisionada. Le gustaba sentirse libre, se había acostumbrado a ser una Alfa Reina a la que nadie podía decirle qué hacer ni cómo ni cuándo. —Grrr~ —un gruñido feroz salía de su boca, sus carnosos labios rojizos fueron de inmediato buscando el cuello de ese macho… Justo en ese momento. ¡REZEF FORCEJEÓ! ¡No iba a darse por vencido!, mucho menos dejarlo fácil a esa hembra. Sin embargo, Maray nuevamente buscó atacarlo. Logró hacer un hechizo simple para impedirle que se moviera, él era demasiado fuerte, pero con que funcione un solo minuto. Sería suficiente. —¡M@ldita sea, Maray! ¡Suéltame! —gruñó él. Dándose cuenta que se estaba quedando sin opciones. En el pasado logró salvars
Maray vio através del recuerdo de su madre, a ese enorme lobo de pelaje oscuro azulado que conocía perfectamente… Su mate, Rezef. —Lo sabía. No se puede confiar en ti, hice bien al poner suficientes trampas y reducir tus fuerzas, Ginne —la voz de ese lobo resonó profundamente. Maray reconoció ese tono. Ese de furia de su Alfa. Él estaba indignado y enojado. Lleno de rabia luchó contra Ginne. Esa Reina de Noche Carmesí. Siendo testigo de una escena del pasado. —¡No tengo alternativa, niño! ¡Entiende! ¡Fuí obligada a esto! —le explicaba Ginne que había tomado su forma lobuna. La lucha se extendió por horas, aunque Maray veía la escena como si viviera cada minuto, en realidad todo pasaba en segundos por su cabeza. No sentía ninguna emoción, ni sensación de su madre, era solo una espectadora a través de su mirada. Hasta qué… ¡Tal acción sucedió! ¡GINNE LOGRÓ MORDER AL LOBO DE REZEF USANDO SU DON! Sin embargo, había algo extraño en lo que hizo su madre, que lamió la heri
La calidez del cuerpo de ella era una de las pocas sensaciones que lograba percibir sobre su mate. Esta realidad desesperaba a su lobo, quien ardientemente anhelaba marcarla, hacerla únicamente suya para siempre. Alfa Rezef, con su cabeza apoyada en el hombro de Maray, sintió la humedad del cabello pelirrojo de esa belleza irresistible. —¿Tomaste un baño? —Por supuesto —respondió ella al instante—. Un lobo violento y desquiciado me atacó en el bosque, dejándome cubierta de tierra, con raspones sangrantes y arruinando uno de mis vestuarios favoritos —sonrió ella, con un toque de sarcasmo. —Mmm, es un maldito loco. No debió hacerte daño —sonrió él, siguiéndole el juego—. Pero, probablemente, ¿tuvo sus razones? En ese instante, ese Alfa alejó su cabeza del hombro de ella, posando su mirada gris clara, con intensidad en Reina Maray. Los ojos celestes de esa mujer loba se encontraron con los grises de Rezef, que brillaban imitando la hermosura y majestuosidad de la luna misma. El
—Tú… Tienes un… Ah… Es que no sé cómo… Yo intenté atacarte —Maray desvió la mirada, incapaz de sostener el contacto visual con ese macho, principalmente porque la culpa la consumía—. Quise borrar tus recuerdos, pero solo los últimos, para que quedaras inconsciente y… —Maray —la interrumpió Rezef, con un tono de voz exigente. Ella apretaba más la mano de él, causando que él notara lo difícil que le resultaba la situación—. Mírame, no me gusta que me hables mientras intentas evitarme —dijo él, soltando la mano que Maray sostenía. En ese instante, ella perdió el equilibrio ante el rápido movimiento de ese hombre lobo. ¡Su cuerpo se tambaleó, deslizándose del barandal! —¡AH~! —Maray soltó un gritito de impresión y, antes de caer al suelo del balcón, ese Alfa la atrapó entre sus brazos. La sábana que lo cubría se deslizó, dejando al descubierto su cuerpo escultural. Alfa Rezef tomó a Maray de las piernas, ella terminó con sus muslos alrededor de la cintura de ese imponente hombre
El sagrado anillo ceremonial, de la manada Luna Plateada, se encontraba en el dedo de ella, que no se lo había quitado nunca desde la boda. —Ser marcada no es solo un vínculo físico, Maray; sabes que es un juramento, nuestro lazo eterno. Si tú lo eliges, no habrá vuelta atrás. No lo permitiré… —Rezef susurró al oído de ella, un tono seductor y posesivo— Muero porque seas mía —sus manos invadiendo bajo la bata de Maray, poco a poco esa falda larga quedaba más recogida. —Ah~ Rezef… —Maray no pudo evitar apoyarse en el cuerpo de ese hombre lobo, el calor, el sudor de él, su adictiva y sensual aroma que la estaba volviendo loca y distrayendo su mente desde esa mañana. Esa Reina Alfa se imaginó a sí misma, unida a él en un nivel que nunca había experimentado. Si ya se sentía extasiada cuando él buscaba seducirla… ¿Cómo sería si compartieran ese poderoso lazo mutuo? La idea de ser parte de su mundo, de compartir su esencia, la llenó de anhelo. Aturdida, casi como si estuviera dro