—No me interesa —respondió Faustino de inmediato, sin pensarlo dos veces.—¿Te da miedo? ¿O es que no sabes nada y temes hacer el ridículo? —le provocó Billy.—¿Quién dijo que tengo miedo? —replicó Faustino con una sonrisa bastante burlona—. ¿Qué gano yo si apuesto contigo? ¿Qué pasa si gano?—Si ganas, cosa que creo imposible, pagaré de mi bolsillo las esmeraldas que elijas —se carcajeó Billy, como si hubiera escuchado el chiste más gracioso del mundo.Estaba seguro de que alguien como Faustino, sin experiencia alguna, no tenía ninguna posibilidad contra sus treinta años en el negocio de las esmeraldas.—Vale, pero te advierto que, si pierdo no tengo dinero para comprarte esmeraldas —aceptó Faustino, también riendo con sarcasmo.—Bah, no hace falta. Si pierdes, solo lárgate de aquí y punto —dijo Billy, rebosante de confianza.—De acuerdo. Elige tú primero, yo ya escogí las mías —dijo Faustino, señalando aparentemente al azar unas cuantas piedras.En realidad, ya había visto varias esm
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