Faustino tenía sus razones para proponer elegir las cartas al azar. Aunque no entendía de apuestas, su agudeza visual y sus reflejos le permitían detectar a los tramposos que cambiaban, robaban o escondían cartas en las mesas cercanas. Si dejaba que Tadeo repartiera, Faustino temía algún truco.— ¡Acepto, por supuesto que acepto! — exclamó Faustino.— ¡Que sea así entonces! ¡Diez mil por ronda! — dijo Tadeo, riendo a carcajadas.En ese momento, a los ojos de Tadeo, Faustino se había convertido en una mina de oro, ¡una mina llena de tesoros! ¡No aceptar sería una locura!— Entonces, juguemos. — Faustino jaló una silla y se sentó.— Bien, bien, jovencito, te lo advierto, estamos en un casino — dijo Tadeo sentándose también—. No es lugar de bromas. Aunque seas novato, si pierdes, tendrás que pagar.— No hay problema, ¿pero tú tampoco harás trampa, verdad? — preguntó Faustino, riendo.— ¿Yo? ¡Claro que no! ¡Si pierdo, le pediré a nuestro jefe que te pague lo que sea! — respondió Tadeo a
Leer más