GIANNA RICCILa mansión era impresionante, más grande que la de Leonel. Con un jardín conformado por hectáreas y hectáreas de verdes pastos, arbustos y árboles adornados con faroles. —¿Impresionada? —preguntó Renzo con una sonrisa amplia.—Bueno, es más grande que el convento, no lo voy a negar —contesté angustiada. —Si te portas bien, si eres dócil y me haces caso… puedo compartir todo esto contigo —dijo en cuanto estacionó el auto frente al enorme pórtico.Cuando volteé hacia él, sentí su mano en mi muslo, por debajo del vestido, deslizándose por en medio de mis piernas, mientras su boca se ensañaba con mi cuello. —No sabes cuanto te extrañé… —susurró en mi oído antes de que su lengua comenzara a jugar con mi arete—. Ya no aguanto más, Gia. —Por favor, aquí no, en el auto no… —supliqué, tomándolo por la muñeca, evitando que llegara hasta mis pantaletas. De pronto me tomó por los cabellos, obligándome a verlo directo a la cara. —Ya no estás en el convento, ahora estás en mi casa
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