—¿Señor Cruz? —preguntó Diana—. ¿Te refieres a Sebastián Cruz?Lya asintió.—Así es, señorita Castro, el mismo de Capital Inversiones.Para ese momento, Lya ya había llegado al auto, cuya puerta se abrió automáticamente, revelando lentamente el perfil de Sebastián.Él giró la cabeza y, en ese instante, nuestras miradas se cruzaron. Sentí que caía en la fría arrogancia de su mirada.Hoy, Sebastián parecía distante, de mal humor.Llevaba un traje negro impecable, con el cabello perfectamente peinado, y unas gafas de montura dorada que le daban un aire de sofisticación algo prohibido. El negro, color que usualmente simboliza misterio y frialdad, lucía en él de una manera elegante y limpia. Su piel pálida resaltaba aún más con el traje, dándole una apariencia noble y distante.Sí, era muy atractivo.—¡Vaya, señor Cruz, qué coincidencia! —Diana lo saludó con naturalidad y se sentó junto a él—. Aunque Sofía y yo no éramos de tu facultad, somos exalumnas de la misma universidad.Sebastián res
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