Cuando subieron al barco, lograron divisar que en el cielo se estaba formando una gran tormenta. Rayos y relámpagos iluminaban el horizonte mientras las gotas de agua comenzaban a empaparlos. —Deberíamos abordar en una isla, señor Chrysler —le indicó uno de sus hombres, mirando al cielo con preocupación. —No me detendré hasta llegar a aguas internacionales —respondió Maxon con determinación fría. Sabía bien lo que significaba estar en aguas internacionales: una zona fuera de la jurisdicción de cualquier estado, un lugar sin ley. Maxon podría hacer lo que quisiera y no habría consecuencias. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo cuando él me tomó por la cintura y dejó pequeños besos en mi cuello. —Tal vez le deje al niño a Damon, no quiero ser tan cruel con mi primito —murmuró con una sonrisa maliciosa. —Eres un desgraciado, Maxon —responde Luzma con rabia. —No era lo que querías, Luzma, a tu hijo lejos de mí. Sabes que tus deseos son órdenes, mi amor. —Te odio.— Espeta
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