Los niños saltaban, brincaban y jugaban emocionados. Era como si ellos supieran que su padre estaba allí conmigo, que estaba a mi lado, abrazándome, riendo de mis historias, y eso los volvía una fiesta, muy efusivos y súper alegres. -Tus hijos te sienten, Rudolph, saben que tú estás allí y que los apoyas, aunque sea a la distancia-, le dije esa noche que nos besábamos muy acaramelados. -Es que tú eres mis ojos, mi amor, mi voz, mi aliento-, decía él encantado, acariciando mis brazos, saboreando mi boca, con su enorme cuerpo, tan áspero y velludo, frotando mi piel lozana y tibia que a él le encandilaba y hacía arder en mucho fuego. La emoción más grande para mi marido y para mí fue el primer día de clases en el colegio de los trillizos. Toda esa semana fue de intenso ajetreo comprando sus mandilitos, mochilitas, cuadernos y lapicitos. A Patricia y a Alondra les hice una trencitas muy lindas y a Rudolph Junior le eché la loción preferida de su padre. -Huele muy rico-, se divirt
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