Al escuchar esas palabras, los guardias de seguridad se dieron la vuelta y sincrónicamente se marcharon.—¡No se vayan, vuelvan aquí!—Por favor, para ya, admito mi error, te pido disculpas.Eulalia, llorando de dolor, suplicaba de todas las maneras posibles, pero Sergio no hacía más que golpearla con más fuerza.Al ver la escena, Marta mostró una expresión de compasión estaba a punto de intervenir.—Ni se te ocurra meterte en eso, ¿olvidaste lo arrogante que fue hace un momento? —dijo Juan, disfrutando del espectáculo.Eulalia suplicaba amargamente: —Marta, por favor, te lo ruego, sálvame.—Me equivoqué, no debería haber estado siempre en tu contra, y mucho menos codiciar tu puesto de presidenta.En ese momento, su rostro estaba cubierto de moretones y le faltaban ya algunos dientes. Su anterior arrogancia había desaparecido por completo.Juan, al ver que ya era suficiente, preguntó: —¿Y qué pasa con la devolución de tus acciones?—Lo haré, lo haré ahora mismo, transferiré mis accione
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