Por EvangelinaCuando entré a mi habitación, Edgardo estaba saliendo del baño, se había duchado y sin consultarme, había decidido quedarse en mi dormitorio, aunque era lo que yo estaba esperando, es decir, pasar la noche acomodada en sus brazos.Él tenía un toallón en su cintura y estoy segura que debajo no tenía nada, mi intención era sentir el calor de sus brazos, pero mi mirada recorrió, inconscientemente, su cuerpo y viéndolo casi desnudo, pese a todo lo que sucedió ese día, cierto calor, uno distinto al que estaba pensando para esa noche, invadió mi zona íntima.Aunque ya tenía 38 años, se mantenía perfecto, sus músculos estaban marcados, por el ejercicio que solía hacer y por las horas de natación que compartimos en la pileta de la quinta.Edgardo me sonrió, no le pasó desapercibido mi mirada llena de deseo, porque, sí, así lo miré, se me acercó despacio, como midiendo la distancia y posiblemente también mi respuesta a lo que vendría.Es que al ver a Sergio, se transformó en uno
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