Vincenzo acercó a Serena a su cuerpo, con la mano que reposaba en su cintura, y se preparó para enfrentarse a los padres de su esposa. Los dos, notoriamente fríos y distantes, avanzaron con la cabeza en alto a través de los invitados, ofreciendo a su paso asentimientos formales como saludo. La tensión en el aire era palpable, sin embargo, Vincenzo mantuvo un semblante tranquilo. Se encontraban rodeados de su familia, en su territorio. Los Castelli tendrían que jugar bajo sus reglas y comprenderían que no eran una fuerza que pudieran pasar por alto. Alegra Castelli esbozó una sonrisa y abrió los brazos. —Mi preciosa hija, te ves espléndida. —Madre —saludó Serena, con una sonrisa demasiado forzada, y se acercó a abrazarla. Alegra tomó a su hija por los hombros y la hizo hacia atrás para darle un beso en cada mejilla. —Bienvenido oficialmente a la familia —dijo Cosimo, ofreciéndole una mano a Vincenzo. Lo último que deseaba era estrechar la mano de un bastardo como él, pero deb
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