La brisa del desierto acariciaba la piel de Amara, cálida y pesada, como si la arena misma conspirara para recordarle dónde estaba. Sus pasos eran firmes, pero su mente bullía con pensamientos. Aquella serpiente y el poder que había emergido de lo más profundo de su ser le llenaban de preguntas. ¿Qué significaba? ¿Por qué ahora? ¿Era aquello un don o una maldición más del caos que Apep había traído al mundo?La luz del crepúsculo se desvanecía, y las estrellas comenzaron a despuntar sobre un cielo inmenso. Amara sabía que debía encontrar refugio antes de que la noche se adueñara por completo del desierto, pero algo en el horizonte la detuvo. Una forma oscura, apenas visible contra el perfil de las dunas. Al principio pensó que era una roca, pero conforme se acercaba, la figura se movió.Era un hombre. Alto, encorvado, con una túnica desgarrada que se agitaba al viento. Amara sintió que su corazón se aceleraba. La figura avanzó un paso, y la tenue luz de las estrellas reveló su rostro.
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