—Sí, señora, lo siento —murmuró Mala agachando la cabeza. —Bien, ¡ahora lárgate, no me colmes la paciencia si es que quieres que te deje regresar! —gruñó la mujer y Mala tuvo que limpiarse las lágrimas para salir de allí—. ¡Ah, otra cosita! —su voz la detuvo en la puerta—. No creas que no me enteré
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