Sofía, a pesar de ser una chica, tenía la valentía de un chico. Aunque estaba aterrada, me tomó de la mano, jurando enfrentar juntas cualquier peligro. Me sentí profundamente conmovida y prometí en secreto que, si salíamos de esta, seríamos amigas inseparables para toda la vida, dispuestas a atravesar fuego y agua la una por la otra.—Oye, ¿qué te crees, Sofía? Aléjate, estoy buscando a Luna. Dijo él, agitando su mano con impaciencia. Era un tipo alto, no tanto como el mayor, pero definitivamente no era bajo. Sus músculos tensos revelaban que era alguien con quien no querrías meterte en problemas. Temí por mi diente delantero, pensando que esta vez no lo salvaría.—Imposible, no me iré. Dijo Sofía, decidida a quedarse a mi lado.—Entonces no me culpes. Respondió Alejandro, deteniéndose a menos de dos metros de nosotras. Con las manos detrás de la espalda y mascando una espiga de hierba que parecía haber recogido de cualquier parte, su actitud era la de un pandillero callejero. —Par
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