Para Eleanor, los días fluían como un río cuya corriente se volvía predecible y monótona. El cielo, antes despejado, ahora parecía cubierto por nubes grises que no dejaban pasar la luz del sol. La atmósfera, cargada de una melancolía palpable, se reflejaba en la expresión de Eleanor, cuyos ojos revelaban el peso de la soledad.Sus días, una repetición interminable de acciones monótonas, se volvían pesados por la insistencia de dos figuras no deseadas: Lorena y Valeria. Ambas, como sombras incómodas, intentaban colarse en su refugio, pero Eleanor había dictado órdenes claras de negarles el acceso.– No deseo verlas, que se les informe que estoy ocupada – dijo Eleanor con firmeza, instruyendo a los guardianes del templo.Pero incluso entre los solicitantes, se encontraba Marckus, quien recientemente se había comprometido con Valeria, y buscaba que Eleanor hablara con ella, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.– Estimada santa, por favor, necesitamos hablar con Varia… ella quiere v
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