La masacre, esa violenta manera de acabar con la existencia de otros, la adrenalina de cazarlos sin que nos noten, el terror dibujado interminablemente en su rostro unido al sin fin de dolor que provocan nuestras sádicas torturas, pero nada iguala a la corriente de excitación que invade cada pequeño rincón de nuestro cuerpo cuando entrelazados de manos arrancamos el aun latente corazón de cada una de las victimas regalándonos muy a su pesar —o quizás lo desean tanto o más que nosotros —su último aliento de vida. Y es en ese precioso instante es cuando todo cobra sentido, la sangre pareciera fluir más de prisa por mis venas, cada vello existente en mí se pone de punta, los besos cobran un sabor más exquisito y el sexo solo llega a su máximo punto de placer justo después de observar esa mirada vacía totalmente cristalizada que se le queda a cada presa cuando muere. Ahora el verdadero martirio es colgar nuestra obra de arte para que todos los habitantes de este miserable y moribundo pue
Leer más