Reflejado en el espejo, Santiago lucía pálido, sus labios tan blancos como su tez. La marca de un mordisco en su labio superior era evidente, un recuerdo del encuentro con Valentina la noche anterior. Al notar la mirada burlona de Dylan, Santiago, irritado, arrojó el espejo hacia él.Dylan lo atrapó con agilidad, no pudiendo evitar mofarse.—Don Mendoza, usted está herido, ¡debería cuidarse más!—¡Vete!Santiago, con los ojos cerrados, le ordenó que se marchara. Sabía que si no hubiera estado herido, lo de anoche con Valentina habría ido más allá de un simple beso. Nunca había podido controlarse con ella.Dylan soltó una risa fría y, al girarse para irse, Santiago lo detuvo.—Dylan...Dylan se volvió.—¿Algo más, don Mendoza?—Cuida de Valentina por mí —dijo Santiago, mirándolo fijamente, con seriedad—. Alguien me está siguiendo. Por ahora, es mejor que no me vea con ella.Si la gente de Guadalajara descubría que Valentina era su debilidad, la usarían en su contra. No podía permitir qu
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