GABRIEL SILVA —Nunca logro que mantengas tu maldito trasero pegado a esa silla durante tus ocho horas laborales —dijo Montalvo entrando a la oficina. No sabía qué hora era—, y hoy llego a primera hora y parece que pasaste toda la noche aquí. —No parece… así fue —contesté con una voz pastosa. Los papeles ante mí ya no tenían lógica, ni siquiera alcanzaba a leer por el cansancio. Ante mi incertidumbre, Celeste se había arriesgado a darme un beso. Sus manos sobre mi pecho y sus labios sobre los míos causaron toda clase de sensaciones, pero ninguna fue de júbilo o pasión, por el contrario, me sentí culpable, arrepentido y asqueado, no por ella, si no por mí mismo. Detuve las puertas del elevador antes de que se cerraran y permití que Celeste entrara en él antes de jurar jamás volver a verla. Con la cabeza vuelta un caos, pensé en regresar a casa y acurrucarme en la cama junto a Isabella, necesitaba de su calor y sus caricias, pero no me sentía bien, así que preferí refugiarme en e
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