XIII. Estoy pensando en dejar a Elizabeth
- ¡¿… Cómo que no puedo pasar?!, ¿quién te has creído que eres para detenerme?... ¡solo eres un secretario asalariado!- gritaba Elizabeth muy molesta. Había venido hasta aquí, no a ver precisamente a Oliver, sino a contemplar su obra maestra, porque sí, por supuesto, que había sido ella quien le había pagado a esos tipos de una banda organizada, para que le destruyeran el negocio mala muerte ese, a la cerda de la dueña. El día de la fiesta, donde su querido novio la había dejado totalmente de ridículo, se dio cuenta de que le había molestado el comentario sobre la chica del gimnasio. Ella no le veía el problema a ese chiste, pero Oliver era muy sensible con el tema de las críticas a los demás. Elizabeth no lo entendía, todos no podían nacer perfectos, para que el mundo fuera mundo, tenía que haber también personas feas, gordas, bajitas, apestosas, todo tipo de cosas desagradables, que solo hacían que personas excelentes como ellos destacaran mucho más. Pensaba que con esa conversa
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