Cuando Giselle abre los ojos por la mañana del sábado, sonríe al saber que por fin verá al hombre más importante de su vida después de tantos días. Sale de la cama, se despereza con ánimo y se va al gimnasio en la habitación contigua, se coloca los audífonos y deja que la trotadora se lleve el estrés de toda la semana.Suda cada uno de los problemas que resolvió, los que se están resolviendo y con mayor razón, aquellos que no tienen para cuando solucionarse.El trote es ligero, pero la ayuda a canalizar la energía, a pensar en toda su vida por estos días y qué mejor hacerlo al ritmo de In the Shadows de The Rasmus. Hasta que aparecen esos ojos grises frente a ella, con una mezcla de burla e invitación, esa que se niega a aceptar.Aumenta el ritmo y comienza a correr, tratando de escapar de esos pensamientos, pero mientras más rápido lo hace, es peor.La llamada de su asistente la saca de ese exorcismo fallido, ralentiza el paso y contesta jadeante.—Señor… Joules…—Señorita, disculpe
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