Ella era una de esas mujeres a las que no se podía olvidar fácilmente. Sin embargo, parecía que, después de solo una noche, el hombre que estaba delante suyo la había olvidado. ¿Acaso no era llamativa?—Me suena tu cara. Creo que hemos coincidido en algún lugar —dijo Pedro intentando recordar. —¡Ayer! ¡En el hospital! Curaste a mi abuelo, ¿lo recuerdas? —dijo la chica mostrando los colmillos por la ira. —¿Qué? Ah, ya lo he recordado: eres la hermana de Estrella. ¿Te llamas Diana, no es así? —dijo Pedro. —¿Quién es Diana? Me llamo Irene. ¡I-re-ne! Al escucharlo, la chica se puso como una furia. Prefería acelerar el coche para chocar con el hombre que estaba delante de ella. Desde que nació, nunca la habían ofendido tanto. ¡Qué cabrón! —Perdón, Irene. ¿Por qué me buscas? ¿Ha pasado algo? —preguntó Pedro, cambiando de tema a tiempo. —Por supuesto que ha pasado algo. Si no, ¿por qué querría pedirte ayuda? Sube rápido al coche. Mi hermana ha sufrido una enfermedad extraña y quiere ve
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