NinaMe desperté con la aguda punzada de las náuseas golpeándome como un tren de carga. Mi estómago era un remolino de malestar que hacía insoportable la mera idea de desayunar. Enzo, acostado a mi lado, parecía percibir mi malestar antes incluso de que yo lo expresara, con los ojos nublados por la tensión residual de nuestra discusión de anoche."Buenos días", dijo, con voz cautelosa. "¿Cómo te sientes?"."No muy bien", admití, agarrándome la barriga. "Las náuseas matutinas son una pesadilla".Parecía preocupado y se sentó. "Bueno, vamos a comer algo. Algo para calmar el estómago"."Supongo", murmuré, con el corazón encogido. Casi podía oler el desayuno del hotel desde aquí, tostadas francesas con sirope, huevos, tocino, todo lo que hacía que se me revolviera el estómago.Él se dio cuenta de mi vacilación y frunció el ceño. "¿Qué pasa?"."Es que...", empecé, casi ahogándome con las palabras, "solo el olor me hará sentir mal, tengo miedo".Enzo suspiró, se levantó de la cama y
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